Esteban Oviedo A

Por consecuencia de la revolución digital, la industria del periodismo vivió una profunda transformación en las últimas dos décadas.

Aunque la tecnología siempre trae beneficios, pareciera que la industria periodística no se adaptó a tiempo a los cambios que demandan, o no se adaptó bien. A la hora de hacer cuentas, salió perdiendo.

La revolución digital derribó fronteras, redujo costos y democratizó el acceso a la información, tanto en el derecho a recibir como en el derecho a entregar.

Los medios apoyaron con entusiasmo el avance tecnológico, pero no advirtieron el cambio que se les avecinaba.

Al principio, acostumbrados a sostenerse mayoritariamente con los ingresos por venta de publicidad de sus ediciones masivas, los periódicos simplemente empezaron por compartir sus ediciones impresas en la web

Eso no necesariamente fue un error, pues en sus inicios la cobertura de Internet era baja entre la población, pero sí se sembró un factor en contra.

Los diarios aceptaron regalar lo que toda la vida habían vendido: su producto, su información. 

Confiaron en que seguiría funcionando el modelo de ingresos por publicidad y circulación de sus ediciones impresas por un buen tiempo más, pero las exitosas compañías digitales como Facebook y Google se encargaron de que eso no fuera así.

Estas firmas lograron concentrar en un solo lugar a millones de millones de personas, mediante las redes sociales y los buscadores gratuitos, por ejemplo

El despliegue les permitió desarrollar un modelo de negocio publicitario que pulverizó los sistemas tradicionales.

Mientras más alta era la cobertura de Internet en cada país, mayor capacidad tenían las compañías digitales de ofrecer a los anunciantes la posibilidad de llegar al público que buscaban específicamente, por zona geográfica, edad o gustos, entre otras variables, y por un costo muy bajo.

La oferta se tornó demasiado ventajosa, frente al modelo tradicional de los medios, en el que se pagaba una gran cantidad de dinero por llegar a una gran cantidad de gente aunque muchos no fueran el público meta.

Cuando empezaron a ver una disminución dramática de sus ingresos por publicidad, reinó la confusión y el pánico en la industria periodística. En Estados Unidos, cerraron cientos de periódicos. La ola luego llegó, y sigue llegando, a radionoticieros y telenoticiarios.

Los que sobrevivieron se dieron cuenta de que crecían en sus versiones digitales, pero habían acostumbrado a la gente a consumir gratis sus productos y los ingresos por publicidad en línea son ínfimos para sus necesidades.

Adicionalmente, había más competencia. La revolución digital permitió el nacimiento de medios digitales de bajo costo, sin necesidad de pagar rotativas o frecuencias electromagnéticas, al tiempo que todo tipo de organizaciones, desde gobiernos hasta equipos deportivos, crearon sus propios canales de comunicación.

La industria tradicional debió mirar fijamente a sus raíces: el periodismo explicativo, interpretativo y de investigación; y cobrar por ello, pese a la resistencia del público, al tiempo que se controlan estrictamente los costos de producción.

Esa es una de las principales apuestas para los medios tradicionales, los cuales pueden apostar por esa transformación mientras subsisten sus ediciones tradicionales. 

No es fácil, pues a la vez encaran la competencia de medios pequeños gratuitos que pueden subsistir con publicidad o patrocinios, así como medios estatales.

Esperemos que, al final de la tormenta, lo que quede en pie sea la base del periodismo libre e independiente. La tecnología, a su vez, puede ser la herramienta para encontrar nuevos modelos de negocio.